Por la ventana de la tienda de campaña de Andrés Manuel López Obrador, frente al balcón central del Palacio Nacional en el Zócalo, como un pájaro entra un grito: --¡Andrés! Sentado de espaldas a una bandera de México, que Jesusa Rodríguez le colocó detrás de la silla donde trabaja alrededor de 14 horas cada día, el político tabasqueño también grita:
--¿Qué quieres? --¡Te trajeron un regalo! –le responde la otra voz.
--¡Ahorita no! --¡Ahorita sí! ¡Me dijeron que tienes que escoger! ¡Es uno para ti y otro para mí! --¡Está bien, pásale!
Y a paso veloz, gordito y con el pelo corto, sin dientes caninos, de camiseta blanca y pantalón corto, entra en la tienda un niño con dos botellas de plástico llenas de esos refrescos del siglo XXI que parecen jabones líquidos para sacarle brillo al piso. --¿Cuál quieres? ¿El rojo o el azul? –dice el niño.
--Dame el rojo. Necesito una transfusión de sangre –bromea el dirigente.
--Bueno, pero me guardas el mío, ¿eh? –replica el gordito y se va como vino: corriendo. --Muchacho cabrón –sonríe Andrés Manuel--, me deja el suyo para tener pretexto para regresar. Es listísimo. El niño se llama Juan Manuel Zúñiga Romero, de 10 años de edad, y ha pasado la mitad de su vida en la calle, “vendiendo paragüitas”, dice, en los portales de 20 de Noviembre. Desde que el plantón se instaló en el Zócalo, el 30 de julio, se acercó al “campamento cero”, el de López Obrador, y nadie sabe cómo se las ingenió para entrevistarse con él. Pero Julia Arnaut, la asistente de Jesusa, recuerda que el muchachito abrió fuego quejándose de los encargados de la seguridad. --Nunca me dejan entrar –protestó cuando al fin tuvo al líder ante sí y le contó su problema, que ahora le vuelve a plantear a este cronista. Dice que cinco años atrás estaba “en Justo Sierra” –fórmula que usa para referirse a la casa de su abuelito, en la calle Justo Sierra, donde vivía con sus papás--, cuando “entraron unos señores de negro, que dizque a revisar y ellos pusieron la droga”, afirma, y lo hace de corrido, como que ha relatado esa historia miles de veces, antes de añadir: “Luego vino la policía y se llevó a mi mamá”. A partir de ese momento, Adriana Romero Torres, su madre, está presa por delitos contra la salud en la penitenciaría de Santa Marta Acatitla, un lustro largo en que el niño, abandonado cíclicamente por el papá y más o menos atendido por el abuelo, ha tenido que seguir creciendo de cualquiera manera y pasando la mayor parte del tiempo en la calle. Después de escucharlo, Andrés Manuel le dio un gafete con su firma para que pueda visitarlo cada vez que se le ofrezca. Y el niño, que ahora también trae colgada al cuello su acreditación de “delegado” a la Convención Nacional Democrática, busca el apoyo de los políticos y los periodistas que pululan por ahí, haciendo él mismo su propia lucha en favor del Peje: --Yo quiero que quiten al profesor Hugo, de la escuela primaria Guadalupe Zavaleta, aquí en el centro, porque siempre está echando mentiras del licenciado Andrés Manuel….
--¡Ahorita no! --¡Ahorita sí! ¡Me dijeron que tienes que escoger! ¡Es uno para ti y otro para mí! --¡Está bien, pásale!
Y a paso veloz, gordito y con el pelo corto, sin dientes caninos, de camiseta blanca y pantalón corto, entra en la tienda un niño con dos botellas de plástico llenas de esos refrescos del siglo XXI que parecen jabones líquidos para sacarle brillo al piso. --¿Cuál quieres? ¿El rojo o el azul? –dice el niño.
--Dame el rojo. Necesito una transfusión de sangre –bromea el dirigente.
--Bueno, pero me guardas el mío, ¿eh? –replica el gordito y se va como vino: corriendo. --Muchacho cabrón –sonríe Andrés Manuel--, me deja el suyo para tener pretexto para regresar. Es listísimo. El niño se llama Juan Manuel Zúñiga Romero, de 10 años de edad, y ha pasado la mitad de su vida en la calle, “vendiendo paragüitas”, dice, en los portales de 20 de Noviembre. Desde que el plantón se instaló en el Zócalo, el 30 de julio, se acercó al “campamento cero”, el de López Obrador, y nadie sabe cómo se las ingenió para entrevistarse con él. Pero Julia Arnaut, la asistente de Jesusa, recuerda que el muchachito abrió fuego quejándose de los encargados de la seguridad. --Nunca me dejan entrar –protestó cuando al fin tuvo al líder ante sí y le contó su problema, que ahora le vuelve a plantear a este cronista. Dice que cinco años atrás estaba “en Justo Sierra” –fórmula que usa para referirse a la casa de su abuelito, en la calle Justo Sierra, donde vivía con sus papás--, cuando “entraron unos señores de negro, que dizque a revisar y ellos pusieron la droga”, afirma, y lo hace de corrido, como que ha relatado esa historia miles de veces, antes de añadir: “Luego vino la policía y se llevó a mi mamá”. A partir de ese momento, Adriana Romero Torres, su madre, está presa por delitos contra la salud en la penitenciaría de Santa Marta Acatitla, un lustro largo en que el niño, abandonado cíclicamente por el papá y más o menos atendido por el abuelo, ha tenido que seguir creciendo de cualquiera manera y pasando la mayor parte del tiempo en la calle. Después de escucharlo, Andrés Manuel le dio un gafete con su firma para que pueda visitarlo cada vez que se le ofrezca. Y el niño, que ahora también trae colgada al cuello su acreditación de “delegado” a la Convención Nacional Democrática, busca el apoyo de los políticos y los periodistas que pululan por ahí, haciendo él mismo su propia lucha en favor del Peje: --Yo quiero que quiten al profesor Hugo, de la escuela primaria Guadalupe Zavaleta, aquí en el centro, porque siempre está echando mentiras del licenciado Andrés Manuel….
¿Alguien conocerá alguna historia en la que algún ser humano tenga una relación como ésta con FeCal?
A LA NOCHECITA ...con Jaime Avilés=La historia del Peje y Juan Manuel